sábado, 24 de abril de 2010

el cuerpo como herramienta de comunicacion

El cuerpo como herramienta de comunicación

Cuarenta y cinco minutos después, tenía tetas. Entró horizontal, vestida de blanco, como si fuera un casamiento. Las enfermeras le quitaron el esmalte de las uñas con un algodón empapado en alcohol. Tenía el pelo recogido dentro de una cofia. La cara lavada. Se sentía ansiosa. Estaba por tener lo que había deseado por tanto tiempo. Podría ser un elemento indispensable. Podría no serlo. Lo cierto es que para Claudia, las tetas eran mucho más que sólo tetas.

No alcanzó a contar hasta seis que la anestesia la durmió profundo. Los médicos hicieron su trabajo de cortar, quitar, poner y coser. Una vez terminada la intervención quirúrgica, tan sólo de cuarenta y cinco minutos, el cuerpo de Claudia lucía las prótesis que había elegido hacía tan sólo una semana atrás. Los médicos terminaron con el trabajo de dar otra forma al cuerpo.

Las exigencias de nuestra sociedad demandan a las mujeres mostrar su cuerpo. Los elementos desde donde mostrar la condición de mujer son diversos. En la televisión las tetas y los culos tienen más horas televisivas que cualquier otro arte. Esa necesidad de ver las protuberancias femeninas, en cualquier revista de escaparate, en cualquier canal de noticias nos habla que algo muy íntimo tenemos con el cuerpo de la mujer. El cuerpo termina siendo el objeto, sobre el cual recaen las expectativas, sobre lo que es “ser mujer”.

Imagino el momento en que Madame de Beauvoir le decía a Sartre, “mujer no se nace, se hace` mi querido Jean-Paul”. Un argumento muy valido en momentos en que las figuras de lo femenino comienzan a tomar otro tinte, otro significado. Otras maneras de ser entendido. Un hombre, biológicamente hombre, con una identidad de mujer. Me pregunto qué es lo que nos hace hombres, qué es lo que nos hace mujeres. Sin dudas elementos profundamente culturales como los pechos -como un símbolo-adquieren, dependiendo del lugar múltiples sentidos. Las mujeres de las tribus zulúes en África lucen sus pechos al aire, sin nada que las tape, sin corpiños ni blusas, y los hijos no tienen más que agarrar una mama y alimentarse. El pecho para estas culturas está más cercano a una representación relacionada a la vida, mediante el acto de amamantar, de dar de comer al hijo y no tanto como elemento decorativo, erótico o sexual como para las mujeres y los hombres occidentales.

Mujer no se nace. Posiblemente por eso que el ser mujer sea mas bien una construcción cultural que nada-o poco- tiene que ver con lo biológico. Siempre, como último fundamento aparentemente insustituible, el discurso biologicista pretende hacer correlaciones entre el sexo y la identidad de género. Es cierto que el cuerpo determina nuestros roles, cualidades y maneras de “deber ser”. Quiero decir, al nacer, nos bautizan con un nombre que se corresponde claramente con nuestro sexo biológico, esto es, de ser varón deberá tener un nombre de varón, un rótulo en correspondencia con su sexo. Equivalente es en el caso de la mujer. Luego en lo sucesivo ocurre lo mismo, en cuanto a los juegos que el varón deberá jugar, siempre emparentados con lo público, con la hazaña, la aventura y la fuerza: los soldaditos de plomo, con los cuales “jugar a la guerra”, o los deportes por medio del cual demostrar la destreza física. En caso de la nena, ésta jugará a ser mujer. Se le instruirá inocentemente a que su lugar es la casa, lo privado, donde están aquellas ocupaciones emparentadas al cuidado de los hijos, la limpieza de la hogar, la atención del hombre. Jugarán entonces a ser mujeres, con las muñecas, las casitas, vestirán de rosa, usarán perfumes, y serán delicaditas al hablar. Estos son simples ejemplos de como se construye la identidad de un varón o de una mujer.

El celeste para el nene. El rosa para la nena. Si la biología o la apelación al sentido común, que tanto ruido pretende hacer en las conciencia, tuvieran que responder por qué esta correlación de celeste-hombre, rosa-mujer, de seguro no tendría desde su perspectiva posibles conclusiones, o explicaciones de tal afirmación.

Al igual que un paisaje sufre la erosión del viento y el agua, nuestro cuerpo va cargando en sí mismo señales propias de una época y un momento histórico. El cuerpo no siempre fue el mismo. Las maneras entender al cuerpo tampoco. La cultura moldea los cuerpos. Como a las geishas en Japón se les moldea los pies, Como los corsés estrangulaban las cinturas a mediados de los ´50, como los aztecas ovalaban sus cabezas, como hoy la moda impone un concepto de cuerpo esbelto, sin un gramo de grasa, con músculos definidos, con ombligos perfectos en el caso de ellas y con estómagos de lavadero, en el caso de ellos. Producto de la evolución el cuerpo sufre también cambios propios de la biología, no podemos olvidar que la articulación de las manos permitió el desarrollo de herramientas que sirvieron para defensa o para cazar (dos cualidades entre miles) , pero la incidencia y el peso de la cultura también hacen de estos cuerpos un elemento maleable y susceptible.

Dispuestas a ser leídas, las señales que viajan en el cuerpo nos comunican quienes somos. Nuestros rasgos fenotípicos tienen una carga histórica muy fuerte. Tal es así que hasta han llegado a ser motivo de exclusión, de burla y de prejuicios, como el caso de quienes no tienen los rasgos fenotípicos europeos que sociedades altamente prejuiciosas como las nuestras han planteado durante cientos de años, como el deber ser correcto y acabado. Estas señales nos hablan claramente del lugar que se ocupa en la sociedad. No es casual que las fisonomías de los llamados “sectores oprimidos” no encajen con los fenotipos de quienes detentan el poder. Cada momento de nuestra historia ha ido moldeando los cuerpos; “el cuerpo doliente de la cultura judeo-cristiana, el cuerpo abnegado de la época victoriana, el cuerpo caliente de la Grecia antigua, el cuerpo virtual de la era tecnológica, el cuerpo andrógino de la sociedad de consumo” (1) (Reguillo Cruz)

Podrían haber sido un elemento indispensable, o no serlo. Pero para claudia, las tetas eran mucho más que eso. Claudia es una mujer que no se reduce a la genitalidad, así lo dice, así, se define Claudia, una mujer que biológicamente no es mujer. “machito” gritó la partera cuando nació, segura de esta condición según sus ojos juzgaban. Al venir al mundo, el cuerpo es un envase vacío que a lo largo de nuestro ciclo vital iremos llenando, de acuerdo a nuestras preferencias, nuestros gustos, nuestras inquietudes, a las concepciones predominantes del cuerpo y también por qué no a las diferencias.

Yo no soy sólo mi cuerpo, pero este es el único vehiculo posible desde donde mostrar quien soy. Necesitamos la materia para comunicar, necesitamos el cuerpo. En ese afán de mostrar quienes somos vamos hablando con el cuerpo. Le damos palabras, le permitimos que diga quienes somos, y para dicha tarea, hasta lo modificamos de ser necesario.

El lenguaje del cuerpo habla por nosotros sin que queramos. El cuerpo es un libro siempre dispuesto a ser leído. En él la información está disponible y la interpretación de lo leído dependerá del lector y su perspectiva.

Modificamos nuestro cuerpo en tanto y cuanto dicha modificación sea justificable a nuestros fines e inquietudes. Que Claudia se pusiera prótesis, un hecho tan normal en mujeres actualmente, no es un hecho menor. Las condiciones que la sociedad nos plantea para ser hombres o mujeres se ven plasmadas en este tipo de actitudes. Las tetas podrían haber sido un elemento indispensable, o no. Lo cierto es que de seguro, para Claudia, en tanto transexual, las tetas signifiquen mucho más que eso. Mucho más que silicona, mucho más que simples prótesis. Es un elemento más, que la coloca en el rol de lo femenino.

Nuestro cuerpo es una herramienta de lucha. El único bien del cual somos completamente dueños. El lugar desde donde comunicamos lo que somos, lo que nos gusta, lo que sentimos, el lugar desde donde comunicamos las diferencias y las similitudes. En el caso de las travestis, transexuales y transgéneros el cuerpo es la herramienta con la cual disputar la figura de lo femenino.

Lejos de preguntarnos si esta bien o esta mal modificar el cuerpo, la pregunta que pretendemos hacer es mas bien porqué se modifica el cuerpo, con qué fines y cuales son los motores que impulsan dicho cambio.



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