miércoles, 26 de mayo de 2010

Pensando la homosexualidad



Con respecto a los últimos debates acerca del matrimonio para personas homosexuales y la adopción homoparental, entre otras cosas, encuentro interrogantes que, creo, sería bueno compartir con ustedes. ¡agua va!

Pronunciarse

“El silencio es el ruido más fuerte, quizás, el más fuerte de todos los ruidos”


La pronunciación de la sexualidad no puede ser un acto que se lleve a cabo en la confianza de la privacidad o el entorno afectivo más cercano, debe ser un posicionamiento constante y cotidiano de la vida en sociedad, posibilitando de esa manera desnaturalizar paulatinamente aquellos prejuicios que se hacen carne en la colectividad homosexual. Invisivilizar nuestra sexualidad, entendiendo a ésta como una arista más de nuestra identidad como sujetos, sólo favorece a la reproducción de una idea de hombre y de mujer arbitrarias, fundadas en la sanción de la diferencia y la desigualdad. En palabras de François de La Rochefoucauld “El silencio es el partido más seguro para aquel que desconfía de sí mismo.”

Si queremos acceder a los mimos derechos y a la igualdad de oportunidades que las personas heterosexuales, es preciso que la colectividad homosexual suba su autoestima.

Hacernos cargo de nuestra condición y de nuestros roles diligentes en la creación social de sentidos equivale a denotar nuestra responsabilidad en la reproducción o negación de los mismos. En otras palabras, hacernos cargo de nuestra sexualidad implica necesariamente la no autocensura. Interpelar aquellas conductas que creamos incorrectas y que atenten contra identidad.


El miedo ha existido desde siempre, como parte constitutiva de toda dominación y sometimiento. Nadie nos puede decir lo que el miedo se siente, pues, hemos convivido con él en nuestras familias, lo hemos sentido en cada “discurso normalizador de conductas”, en la iglesia, la escuela o el club del barrio. El miedo que provoca la posibilidad de ser sancionad@s por el “pecado de la diferencia” pero es la valentía frente a esos miedos quién posibilita trazar sendas, desde las cuales llegar a conocernos y entendernos como seres sociales. Los principales afectados, es decir l@s homosexuales, somos quienes debemos perder el miedo que sólo paraliza, invisiviliza y legitima el estatus quo.


L@s homosexuales, tenemos la responsabilidad de hacer de nuestra condición y de la reafirmación de la misma, en el plano cotidiano y práctico, la herramienta combativa con la cual derribar conceptos añejos y prejuicios castradores imperantes en la sociedad. Pronunciarse un ser político mediante la sexualidad, equivale a ponerle palabras a lo no nombrado.

Romper con el silencio, nos permite pensarnos a nosotros mismos en voz alta, dejando a un lado las nóminas impuestas. Teniendo presente en cada acto, el respeto por la diversidad.

La importancia de tal posicionamiento sienta sus bases en la lucha por la igualdad de derechos y oportunidades, que no se puede reducir a un acto anual del “orgullo gay” o debate parlamentario. De nada sirve adherir al respeto (y/o adhesión) por la colectividad homosexual como un acto “políticamente correcto” sino es desde la cotidianidad.

Por último: debe existir una correlación directa entre lo que somos, lo que hacemos y lo que decimos de nosotr@s mism@s, en aras a una sociedad igualitaria, donde ser diferente, no signifique ser una amenaza.