domingo, 27 de junio de 2010

El Rey Arud

Doscientos años y un día pasó durmiendo Arud Simijhad Leijemeb. El lugar de su morada poco importa, nunca un lugar para el letargo podria tener más que la cuidadosa suavidad de la oscuridad y el silencio, lo bello era ese sueño largo de doscientos años, donde el tiempo hizo lo suyo. En su largo sombrero de paja y trigo, las ratas del granero hicieron una ciudad enorme de edificios curvos y de tecnología de alta gama. A las ratas, poco le importaba hacer nido sobre Arud, que soñaba con caballerías e hidalgos independientes. De a poco, las ratas Le comieron las orejas y picaron los ojos con un clarín pinchoso que empuñaban en cada batalla. Arud no debía despertar…

Sobre su mesa de luz , antes de dormirse había dejado las balas y a su fusil le había dado un hachazo tremendo, para no usarlo nunca más, y para que nadie lo pudiera usar. Fue hasta el desván donde guardaba las llaves de la ciudad y se tragó el manojo de llaves de la iglesia, el banco, la comisaría y la de su caja de Pandora, regalo del rey Memeksu, dueño de las palabras que empezaran con la letra eme. Y se echó a dormir con cartel sobre su barriga “soy feliz, aunque no lo sepa”…tragó las llaves y unas pastillas de con un trago de vino mistela.


A lo largo de su carrera de soñador redactó una extensa cantidad de mandamientos que debería soñar para hacerlos reales. Su poder de creación era ilimitado, no desconfiaba de la utilidad del fracaso, ni de la oportunidad que representaba una crisis…entre esos sueños estaban:
Division de la tierra en proporcion a la cantidad de personas. Niños con sonrisas grandes, viejos con carcajadas interminables, jurisprudencia del buen sentido humor, cámara alta de amor y cámara baja de la cursilería. Motores de voluntad en los ministerios, extractores de haraganería en los despachos de los jueces, retiro espiritual contra la obsecuencia y castigo a todo aquel que no mirara a los ojos después de decir su nombre. Plusvalía de la condición humana, declaración universal del delirio, pacto mundial del buen soñar, fabricas de lo necesario para ser humanos, maquinas que no hablasen por el hombre ni hombres que hablasen en defensa de las maquinas, declaración universal del derecho de la tierra, la palabra y el acto libre de burocracias, amor incondicional por el cuerpo. estas y otras cositas sensatas figuraban dentro de la lista de sueños de Arud.



como era de esperarse, este buen hombre, no tenia patria, ni casa, ni escondite, y muchos no lo querían sobre todo los dueños de la tierra, los hijos de los jueces y los empleados de la palabra. Rapidamente despertó sospechas de rojiso pensamiento, de diabolico accionar y de corruptor de la moral y las buenas costumbres.

Había nacido en un barco de esos que vuelan y se pasó toda su vida despierto en la tierra del despojo, viendo como las ratas caminaban en dos patas y hablaban de libertad, derechos y cosas por el estilo. No es que Arud quisiera ser ciudadano ilustre ni nada semejante, pero alguna vez osó pensar un titulo de ingeniero y en diseñar ciudades horizontales donde comer y vivir y amar y sonreír fueran leyes que todo paisano debiera respetar. El castigo ante las infracciones decía Arud, sería que los bufones del rey muerto le hicieran cosquillas en la planta de los pies con una pluma de loro hasta que los reos se declarasen culpables.

Arud, antes de dormirse para no despertar, sabía que las ratas harían de él su morada y entonces previó poner cebo detrás de sus orejas y en la solapa del saco azul de terciopelo. Pero algo salió mal, quizás no estaba demasiado cansado ni fueron suficientes pastillas de clonazepam porque Arud Simijhad Leijemeb despertó justo antes de su cumpleaños 307.

Tendido En una cama blanca como de nube, con largas cobijas pesadas como montañas y almohadas de pluma de ganso africano, el cuerpo de Arud comenzó a regresar del país donde se sueña con que soñar no duele y se puede pensar que sin sueño no se vive, ni se come, ni se ríe, ni se ama.

Abrió repentinamente el ojo izquierdo. Pegó literalmente una ojeada a la habitación semioscura y lo primero que vio fue su propio rostro en un espejo que colgaba del techo. Antes de dormir, por temor a olvidarse de su fisonomía, previó que su amigo y rey, ya muerto, Memeksu dueño de las palabras que empezaran con las letra eme, lo colgara. Pero el segundo rostro que vio, con claros signos de enojo era el de el cura párroco que le reclama sus llaves diciéndole que se deje de soñar con pavadas, que el comisario y el gerente del banco lo esperaban para regañarlo luego de doscientos años sin el manojo de llaves.


Abrió por fin su ojo derecho. Tocó su cabeza, palpó la ciudad de las ratas y lanzó un grito abrumador.

¡Enfermeraaaaaaaaaaaaaa!

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